Los días de la semana en Portugal y en España

Quien haya estado alguna vez en Portugal se habrá podido percatar al leer la señalización del tráfico de las ciudades, los carteles o los horarios de los establecimientos, de los nombres de los días de la semana que reciben por los lusoparlantes. Resulta de primeras extraña la gran diferencia que guardan a este respecto con el español, siendo idiomas que, después de todo son tan similares. Cualquiera que haya estado allí recordará o le sonará que, por ejemplo, lunes es segunda-feira, martes es terça-feira y así sucesivamente hasta el sábado y domingo, designaciones éstas idénticas a las nuestras. Pero, ¿De dónde proviene esta denominación tan diferente y por qué se aplica? Los nombres de los días de la semana forman parte del legado de la antigua Roma, una de esas reminiscencias que han llegado hasta nuestros días. El origen se encuentra en los siete principales cuerpos estelares de la antigüedad y en el honramiento a sus correspondientes deidades. Así, por ejemplo, lunes, proveniente del latín vulgar lunis, era el día de la luna. Lo mismo es aplicable para el inglés Monday, de Moon. El martes era el día de Marte, el miércoles de Mercurio, etc. Esto nos sirve para situarnos y ponernos en contexto, porque profundizaremos en el origen de los días de la semana en otra ocasión.

Ahora es cuando hay que tener en cuenta que la recta final de la historia de la Roma Clásica transcurre en el tránsito del paganismo al cristianismo. Como es de esperar, no era empresa viable borrar de un plumazo la mentalidad y las creencias de la gente de un día para otro, de manera que el proceso fue relativamente lento y no tan exitoso en algunos aspectos como el que nos ocupa. La Iglesia, ya manejando los hilos del poder, pasó de perseguida a persecutora e intentó eliminar tradiciones, festividades y usos y costumbres paganas que estaban muy, pero que muy arraigadas en las gentes de la época. ¿Qué hicieron? En el caso del calendario y de las festividades, sobreponerlas, utilizando las fechas ya existentes sustituyéndolas por las nuevas cristianas. Fue, por ejemplo, el caso de la Navidad, la antigua festividad del Sol Invictus que se celebraba con ocasión del solsticio de invierno, es decir, el día más corto del año. ¿Por qué el día del sol? Porque a partir del solsticio los días se alargaban, o sea que en un origen se celebraba la preeminencia del astro rey, fundamental para la vida y las cosechas. Es aquí cuando de verdad abordamos y podemos entender el cambio de los días de la semana: A la Iglesia no le hacía ninguna gracia que los días de la semana estuviesen consagrados a los antiguos divinidades planetarias; de este modo, introdujeron una reforma que borrase todo atisbo de idolatría.

Así quedó la cosa:

domingo    domingo

lunes           segunda-feira

martes        terça-feira

miércoles  quarta-feira

jueves         quinta-feira

viernes       sexta-feira

sábado       sábado

De este modo, a partir del domingo, el ciclo de los días de la semana se compuso de las feriae, seguido de su correspondiente número ordinal, es decir, segunda feria y así sucesivamente. La palabra feria proviene del latín feriae, fiesta, porque se consideraba que los días eran una fiesta, un don de Dios.

Vale, muy bien, pero ¿Por qué segunda-feira y no primera? Por la tradición judeo-cristiana. Me explico: Para los judíos el sábado (sabath) era el día sagrado destinado al descanso y último día de la semana. Así, nuestro domingo era el primer día de la semana, el segundo nuestro lunes y así sucesivamente. Esta modalidad en la que el domingo es el primer día de la semana persiste en el llamado calendario litúrgico.

Domingo y sábado no fueron modificados. Domingo, el antiguo dies solis, el día del sol, sí había cambiado al dominicus dies, el «Día del Señor» y, como es lógico, no fue alterado. Por su parte, el sábado, por su tradición judaica, permaneció con su nombre, aunque, eso sí, había ya dejado de ser el día de descanso por el domingo.

¿Y qué pasó con la reforma? Lo que ocurrió es que tales tradiciones estaban tan enraizadas, que la acogida fue bastante parcial, por no decir escasa. En algunos lugares sí cuajaron, como el caso de Portugal; en otros, sin embargo, la tradición pesó más y se mantuvieron como desde tantos siglos atrás; es nuestro caso y el de otros muchos idiomas. He aquí por tanto una auténtica costumbre “fosilizada” de la antigüedad y uno de los pocos goles que logró pararle el paganismo al cristianismo.

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