El síndrome de Diógenes, el cinismo y los perros

Corre por los mentideros virtuales una llamada a la conciencia. Se llama Marie Kondo, nombre de la chica y de la serie homónima, disponible en la plataforma Netflix. Se ha puesto de moda, diciendo, avergonzando si es necesario, que no se puede acumular ropa, enseres y otros objetos polémicos como libros, como si no hubiera un mañana. Es paradójico, o cuanto menos atrevido que, en una sociedad de la inmediatez, de la practicidad extrema y del consumismo desmedido, se haga caja, por medio de una plataforma mayoritaria de vídeo a demanda, sensibilizando a la gente y haciéndoles ver que las pertenencias no deben acapararse, sino atesorarse; en el sentido de disponer sólo de aquellas por las que se tiene un verdadero aprecio. Con algunas discrepancias que guarda un servidor al respecto, lo que aprovecho y sirve como introductorio es el haber visto en la serie algunos casos que, si no superan, rozan un diagnóstico de Síndrome de Diógenes. Es un trastorno que implica un acaparamiento de objetos desmedido, llegándose a amontonar ingentes cantidades de basura. Un comportamiento que encierra otros problemas graves, tales como el aislamiento y el abandono. Es una alteración que no entiende de clase social ni de género, pero que sí es predominante entre ancianos, los cuales acaban viviendo en condiciones higiénicas lamentables. Pero, ¿de dónde proviene el nombre de este síndrome? ¿Qué tiene que ver con el cinismo y, menos aun, con los perros? En este artículo tenemos lote completo oiga, porque vamos a conocer el origen del Síndrome de Diógenes, el origen de la palabra cinismo y una biografía de lo más interesante. Vamos a ello.

Diógenes de Sinope

El Síndrome de Diógenes hace honor a un filósofo griego que nació sobre el año 412 a.C en Sinope, una colonia, en la actual Turquía. Nuestro personaje, porque debió ser todo un personaje en todos los sentidos de lo más peculiar, fue un agitador, pensador y creador de una corriente filosófica, llamada de los cínicos; apodo éste originalmente con intención despectiva, pero apropiado con orgullo por el propio Diógenes.
Eso sí, en honor a la verdad Diógenes no creó el movimiento de los cínicos, sino su mentor, Antístenes, de quién hablaré muy pronto.
Hijo de un banquero, a Diógenes y a su padre se les fue el negocio de las manos y se dedicaron en un momento dado a falsificar moneda, un delito por el que fueron condenados al destierro que, por cierto, era una práctica muy común en la Grecia antigua. Este dato, el de falsificar moneda y el consiguiente destierro, serán después importantes. Pero no nos adelantemos y continuemos. Tras el destierro, Diógenes recayó en la polis de Atenas, dónde su maestro Antístenes ejerció una gran influencia en su personalidad. Lo que los cínicos venían a promulgar era la pobreza como una virtud, pues cualquier bien material que pueda estimarse como superfluo es innecesario y, por lo tanto, algo que resta de independencia al ser humano. Es decir, los bienes que no son necesarios crean dependencia, alejan de lo que de verdad es importante y por tanto privan a la persona de su verdadera libertad, el más sagrado y preciado fin para la felicidad y la realización, según los cínicos. Y la cuestión es que Diógenes llevó estas ideas hasta el extremo. Nuestro personaje no tenía morada; era conocido por dormir o cobijarse en una gran tinaja de barro. Diógenes deambulaba por las calles de Atenas portando un viejo y raído manto, un bastón, un zurrón y un cuenco para comer, cuenco éste que, se dice, desdeñó al ver a un niño bebiendo agua con las manos. «Si ese niño necesita sólo de sus manos para beber, qué demonios hago yo portando todo el tiempo un dichoso cuenco», debió pensar.

Polémico y provocador

Hasta aquí todo bien y el buen hombre podría haberse quedado ahí, pero nada más lejos. Diógenes se ocupó muy mucho de criticar la sociedad que le rodeaba y en la que le tocó vivir, no tan diferente de la nuestra, como pudiera parecer en muchos aspectos, sobre todo en los que tienen que ver con el comportamiento humano. Después de todo, seguimos siendo los mismos seres, con las mismas inquietudes, miedos y con la idéntica necesidad de alcanzar la felicidad.
De modo que Diógenes se dedicó, permítanme la expresión, a ser la «mosca cojonera» de los habitantes de Atenas. Muy pronto se dio cuenta de que la gente vivía en un mundo del postureo, es decir, del presumir y aparentar, muchas veces por medio de la exhibición de un estatus basado en la riqueza y en los bienes materiales. Para nuestro personaje, aquella sociedad entre los siglos V y IV antes de Cristo estaba enferma a causa de un problema moral, una sumisión constante a cosas que, a su parecer, no eran necesarias, lo que no necesariamente les hacía felices.
Las anécdotas sobre Diógenes son de lo más irreverentes y caústicas. Por ejemplo, se dice que, una vez fue invitado a casa de un rico, el cual no paró de vanagloriarse de sus riquezas. Al acabar la cena, Diógenes le lanzó un escupitajo en toda la cara. La razón que dio para tal reacción es que era el único sitio sucio que vio para hacerlo.
En otra ocasión, tuvo la ocurrencia de entrar en el teatro cuando todos los asistentes salían tras la función. La gente empezó a increparle y Diógenes manifestó «Así pueden sentir en su propia piel de qué manera vivo yo».
Se dice también que una vez fue hecho prisionero para ser vendido como esclavo. Quiénes le apresaron le preguntaron qué sabía hacer. Diógenes respondió «Sé mandar. Mirad si alguien quiere comprar un amo».
Y como última anécdota, se cuenta que el gran general Alejandro Magno (cuyo maestro, por cierto fue, nada menos que Aristóteles), desfilando por la ciudad, majestuoso y con curiosidad por intercambiar unas palabras con el conocido filósofo, le dijo que le pidiera lo que más quería. Diógenes respondió «El sol, me tapas el sol». Los acólitos de Alejandro rompieron a reir y a insultar al nuestro protagonista, pero se dice que Alejandro, impresionando llegó a decir que «Si no fuese Alejandro Magno sería Diógenes».

Diógenes, el cínico, «el perruno»

Aparte de agitador de conciencias y, aunque no haya constancia, seguramente debió ser receptor de algún que otro puñetazo o víctima de alguna agresión física, fue siempre extremadamente fiel a sus principios, pues llevaba una vida de lo más natural y frugal. Sin casi nada suyo, Diógenes tenía la costumbre de masturbarse en público, lo que irritaba profundamente a sus conciudadanos. Cuando la gente le increpaba por ello, respondía «¡Ojalá pudiera matar también el hambre frotándome el vientre!». No veía nada malo en no necesitar a nadie más que a él mismo para satisfacer sus necesidades personales.
La cuestión es que la gente comenzó a llamarle perro o perruno, pues su actitud les recordaba a estos animales, los cuales, sin pudor alguno, orinan, montan a otros perros y, en definitiva, satisfacen sus necesidades sin ningún tipo de reparo. Teniendo además en cuenta que, para los griegos éste era un insulto bastante grueso (sigue siéndolo hoy, especialmente en su género femenino), es singular que adoptase dicho apodo con orgullo. Y de aquí proviene la palabra cínicos, del griego «kyon«, perro, más literalmente «perruno». Es una palabra con raíz indoeuropea. Por ejemplo, se parece a la latina «canem«, de la que proviene la palabra española «cánido». La RAE recoge así el término:

Del lat. cynĭcus, y este del gr. κυνικός kynikós; propiamente ‘perruno’.

  1. adj. Dicho de una persona: Que actúa con falsedad o desvergüenza descaradas. U. t. c. s.
  2. adj. Propio de una persona cínica. Sonrisa cínica
  3. adj. Impúdico, procaz.

Por último decir que nuestro protagonista murió realmente anciano, con 89 años, en la ciudad de Corinto.

El Síndrome de Diógenes

Y aquí llegamos al final. Convendrán con un servidor que nominar un síndrome que consiste en acaparar cosas con el filósofo Diógenes parece, cuanto menos, contradictorio. Diógenes, el proto-hippie, el agitador de conciencias portando el nombre de la gente que, enferma, no dejan de acumular objetos y basura. No he llegado a poder conocer la razón. Quizás quien fuese quiso en realidad rendirle homenaje y, tirando de cinismo, dedicarle dicho trastorno, aludiendo a la percepción de que, quiénes lo sufren, todo lo que acaparan es totalmente necesario.

NOTA: La mayor parte de la vida de Diógenes es obra de su tocayo Diógenes Laercio, varios siglos después, en Roma. Hay que tener en cuenta que la mayor parte de sus anécdotas son de dudosa veracidad. Hay que quedarse con la idea de sus ideas filosóficas, realmente interesantes y de gran actualidad.h

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