Tras una larga etapa de ‘barbecho blogero’ vuelvo a las andadas. En esta ocasión es a propósito de un artículo que llegó a mis manos durante el ya pasado verano. En febrero del presente año se publicaron los resultados de un estudio, llevado a cabo por las universidades de Oxford y Santiago de Compostela. Se trata de la confección del primer mapa genético peninsular. En base a un análisis genético de 1413 individuos, repartidos por toda la extensión de la Península Ibérica y separados éstos por no más de 10 kilómetros entre si. El mapa adquiere unas formas que, por una parte muestra hechos bastante curiosos. Por otro lado evidencia lo lógico. Es el proceso histórico que ha ido definiendo la población peninsular. Aún conociéndolo me asombró la correspondencia entre el mapa genético y el devenir histórico de las dos naciones que ocupan el espacio peninsular, Portugal y España. Pero una imagen vale más que mil palabras, de modo que vamos a ello:
¿Qué vemos? Bien, habiéndose establecido una distinción de áreas coloreadas por distintos grupos genéticos, lo primero que llama la atención es la disposición vertical de dichos grupos en un eje norte-sur. ¿Qué significa esto? Son varias las respuestas. Primero que, genéticamente hablando, las diferencias son evidentes de este a oeste, de manera que, un habitante del oeste peninsular tiene menos genes en común que con uno del este. Cuidado y repito, siempre genéticamente hablando, nada más allá y, desde luego, nada de pretensiones o conclusiones racistas o del estilo. Y es que, hay que ser muy riguroso, ya que estas disimilitudes son extremadamente pequeñas, más aún en comparación con habitantes de otras latitudes remotas o continentes.
En segundo lugar, y quizás lo más importante, es cómo se constata el largo proceso de la Reconquista, el cual transcurrió durante casi toda la Edad Media. El modus operandi de los reinos cristianos consistía básicamente en ganar territorios desde el norte hacia el sur, arrinconando poco a poco a los reinos musulmanes. Las nuevas tierras cristianas, antaño en manos musulmanas, quedaban casi siempre deshabitadas. Las zonas fronterizas o «tierras de nadie», por naturaleza peligrosas, sujetas a escaramuzas y poco propicias para vivir, solían encontrarse prácticamente vacías. A medida que la Reconquista avanzaba, con los años, las fronteras se situaban en latitudes más y más meridionales. Es aquí donde entraba en juego la labor de repoblación con habitantes, cómo no, del norte. El proceso fue bastante exitoso, siendo fácil adivinar por qué. El sur ofrecía nuevas tierras fértiles y un clima más benigno cuanto más al sur se avanzaba; no digamos ya la zona andaluza y de levante. Dicho esto vemos, por ejemplo que, la mitad occidental de Andalucía la conforman personas cuyos antepasados son, en general asturianos y leoneses. Otra mancha amarilla puebla la mitad peninsular y la Andalucía oriental con personas procedentes de castellanos. Se distingue otra franja de sustrato aragonés y otra catalana, ésta última de escasa dispersión, pues únicamente se extiende por las Islas Baleares. Olvidaba la parte gallega que, aunque no visible en este mapa, se extiende hacia todo Portugal. Estas son repito, las más extensas. Se distinguen otras con menor expansión, como la vasca, un grupo más estanco, cuya población estuvo sujeta a escasa movilidad y, por cierto, guarda más semejanza con los grupos al otro lado de los Pirineos.
El estudio expone asimismo otros datos no menos interesantes, tales como la presencia de un porcentaje no desdeñable de origen irlandés (celta) y otro italiano.
¿Qué hay de los mozárabes, aquellos habitantes de los reinos musulmanes que pasaban a formar parte de los reinos cristianos conforme avanzaban? ¿Dónde están en el mapa? El mapa no engaña y, frustrando ensoñaciones de algunos que quieren ver a Andalucía como los herederos de los andalusíes, no: poco o nada queda en nuestras venas. Vamos por partes para explicarlo. En primer lugar matizando la frase anterior, pues, ya sea por herencia musulmana o por migraciones desde la antigüedad, sí existe un porcentaje genético del norte de África en la población peninsular, un 11% de media. Como inciso, si vamos más allá, existe un porcentaje africano que está presente hasta en las personas de Escandinavia. Y si vamos aún más lejos en el tiempo llegaríamos a los albores de la humanidad en el que todos nuestros antepasados partieron de algún lugar del centro de África.
Regresemos a la península. En zonas de Castilla se alcanza un 20% de origen norteafricano y dicho porcentaje disminuye hasta un 2% en zonas de Cataluña y nordeste peninsular. El mito aquel de una herencia musulmana, sobre todo en Andalucía, no tiene fundamento. La razón de esta escasa presencia de genes del norte de África es conocida. Sí quedaron musulmanes tras la Reconquista, eso sí, obligados a convertirse al cristianismo. Sin embargo, a principios del siglo XVII, durante el reinado de Felipe III, se decretó la expulsión de los moriscos. Se calcula que tuvieron que marcharse unas 300.000 personas. Un siglo antes se había expulsado a los judíos. Mas algo sí quedó tras tantos siglos de enlaces y relaciones en la sangre de los cristianos. Ahí están los resultados, que no engañan, para demostrarlo. Aún así, que nadie se confunda: la presencia moruna es mínima. No obstante, un dato que arroja el estudio y que es muy curioso es el hecho de que los gallegos tienen un porcentaje de ADN del norte de África mayor, por ejemplo que los andaluces. Vamos, que un gaditano tiene un ADN mucho más parecido al de un leonés que un gallego. El por qué de este componente norteafricano en la población gallega, el mayor de la península, no tiene una respuesta clara en la Historia. Una posibilidad es que se diese un movimiento migratorio de algún grupo de población de los reinos musulmanes hacia el norte durante la Reconquista. No lo sabemos, pero sí podemos estar seguros de que, en general, la población peninsular la conforma en su mayoría gentes cuyos antepasados emigraron desde el norte para repoblar el vacío dejado por el avance de la Reconquista.
Por último otro dato curioso. De las 1413 personas que participaron en el estudio, de algo más de 700, todos sus bisabuelos vivieron a menos de 80 kilómetros de distancia a la redonda.
Dicho todo esto, no quisiera concluir sin reiterar un llamamiento a la sensatez del estimado lector. No es mi intención, ni tiene cabida acogerse a planteamientos racistas para justificar posiciones políticas o ideológicas. Nacionalismos trasnochados y pseudo-ciencias del siglo XIX como la frenología no tienen cabida en nuestros tiempos.