Pido de antemano disculpas al estimado lector por el lenguaje soez, si bien entiendo que habrán quedado previamente advertidos ante el título. Se me vienen a la cabeza no pocas cosas que, en estos tiempos del COVID-19, mucho me temo, se irán al carajo. En el diccionario de la Real Academia de la Lengua Española, el origen de la palabra carajo aparece como ‘de origen incierto’, haciéndose alusión, cómo no, a su carácter despectivo, en un amplio elenco de ejemplos de uso. Pero el origen de la expresión ‘irse al carajo’ se encuentra en el ámbito de los antiguos marineros. En las embarcaciones a vela de la época, tales como galeones, naos o carabelas, el carajo era la canastilla que se encontraba en la parte superior del palo mayor del barco. Es posible, aunque no hay evidencias, que el origen de tal nombre viniese por la forma fálica del palo vertical. El marinero de turno se encontraba allí estaba expuesto a todas las inclemencias. Viento, frío, lluvia, sol abrasador, hacían de aquel lugar el más ingrato por la tripulación. Es de imaginar por tanto, que aquellos quiénes recibían tal cometido no debían de ser precisamente los más apreciados entre sus compañeros, es más, era común castigo a quién cometiera alguna falta ser enviado al carajo del palo mayor. Es de esta manera cómo mandar al carajo a un miembro de la marinería acabase convirtiéndose en sinónimo de tratarlo con desdén. La orden degradante saltó de los mares a tierra firme, extendiéndose y generalizándose como insulto y señal de desprecio.
Como podrá intuirse, la cosa no acaba ahí, pues existe una amplia variedad y derivados de expresiones con el mismo origen, cuyo significado podemos ahora discernir con facilidad. Expresiones similares como ‘Hace un frío/calor de carajo‘, ‘Un imbécil del carajo’, ‘No vales un carajo‘ o ‘Está más lejos que el carajo‘ se comprenden mejor, atendiendo a su origen.