Las personas suelen hallar en las alturas las metáforas de los retos y de los logros. Una elevación, no digamos el pico de una alta montaña. El acto de escalar y llegar a la cima es sinónimo de reto, llegar arriba es una incitación al desafío. No obstante y visto desde el lado contrario, alcanzar el fondo, lo más remoto de las profundidades no deja de ser otro duelo igualmente difícil y provocador. Fue esta reflexión de un servidor la que, hace unos años, hizo preguntarme cuál había sido la máxima profundidad que el ser humano ha alcanzado. Internet y la maravillosa world wide web siempre ofrecen pistas y respuestas rápidas y ahí comenzaron las pesquisas. El viaje a la solución de esta incógnita se encuentra en la segunda mitad del pasado siglo XX, en los tiempos de la Unión Soviética.
Un proyecto científico
En el año 1962, en la URSS, el organismo denominado Consejo Científico Interdepartamental para el estudio de la Tierra dio luz verde a un ambicioso proyecto científico. Consistía en acometer una prospección para llegar a la capa intermedia, situada entre la corteza y al manto terrestres. Esta misteriosa franja del interior del planeta se la conoce como Discontinuidad de Mohorovičić y se encuentra a unos 35 kilómetros de profundidad media, aunque en algunas zonas puede encontrarse a 10 kilómetros. De esta manera nació oficialmente el proyecto SG-3 o KSDB, cuyo objetivo era alcanzar una profundidad de 15 kilómetros bajo la superficie terrestre. Puede parecer poco y tarea sencilla, sobre todo teniendo en cuenta que ya por aquellos tiempos, las dos superpotencias, Estados Unidos y la Unión Soviética, se hallaban inmersas en una frenética carrera espacial y disponían por entonces de la tecnología suficiente como para abandonar la gravedad terrestre, fletar satélites artificiales y orbitar el planeta. Pero nada más lejos de la realidad, ya que alcanzar dichas profundidades es una tarea titánica y expuesta a múltiples adversidades, tal como veremos a continuación.
El Pozo Superprofundo de la Península de Kola
Tras años de preparativos y elección de lugar, la prospección comenzó en 1970. El lugar elegido fue la Península de Kola, en el norte de Rusia, en medio de un paraje frío y desolado, a escasos kilómetros de la ciudad de Zapoliarni. (Enlace Google Maps).
El planteamiento fue horadar varios pozos con uno central, haciendo uso de perforadoras del modelo
Uralmash-4E y tiempo después Uralmash-15000. Estos monstruos ‘engulle-entrañas’ de la tierra fueron fabricados por la empresa soviética de maquinaria pesada, aún existente, Uralmash, cuya sede se encuentra en Yekaterimburgo. A pesar de la enorme profundidad que se pretendía alcanzar, el diámetro del pozo era de apenas 20 centímetros, pues la intención de la prospección era extraer muestras y conocer la composición de los materiales obtenidos.
La perforadora comenzó a horadar la tierra en mayo de 1970 y los soviéticos tomaban la delantera en la carrera por las profundidades de la Tierra, aunque en 1974 los estadounidenses iban ganando. La compañía petrolera GHK estaba llevando a cabo una perforación petrolífera en el condado de Washita (Oklahoma). En dos años habían alcanzado los 9.583 metros de profundidad. Los hidrocarburos no aparecían, pero los ingenieros sí se toparon con unas altas presiones inesperadas, lo que, junto con un depósito de azufre derretido, hicieron que la broca perforadora se fundiera, dándose por concluida la perforación. El pozo se tapó. Mientras, a miles de kilómetros, los soviéticos continuaban horadando el pozo de Kola. El procedimiento de perforación normal de añadir segmentos a una broca en el extremo no era posible para un pozo de semejante profundidad. Los ingenieros y científicos recurrieron a un material, el lodo bentonítico, el cual, en reposo se encuentra rígido y soporta la presión de las paredes del pozo. El lodo bentonítico se inducía a presión hasta el extremo, en el fondo, donde, en movimiento, adquiría la consistencia de fluido y permitía que la broca girase.
Para el año 1979, los soviéticos habían superado a los estadounidenses y en 1980 se alcanzaron los 10.000 metros de profundidad.
Las labores continuaron y el 27 de diciembre de 1983 se alcanzaron los 12.000 metros de profundidad, tras 13 años de incansable perforación. Pero el año siguiente se produjo un derrumbamiento en el pozo que sepultó los últimos 5 kilómetros, es decir, que se tuvo que reanudar la perforación desde los 7 mil metros de profundidad. Antes de dicho derrumbamiento y con el ritmo al que discurrían los trabajos, se esperaba haber alcanzado los 15 mil metros para el año 1993. Pero aquello nunca llegó a suceder.
Los logros y los problemas
¿Qué esperaban encontrar los científicos? Lo apasionante del proyecto es que nadie podía saber qué es lo que podrían hallar. Antes de la perforación, todo lo que se conocía del interior de la Tierra es lo que los volcanes expulsaban. A medida que el pozo profundizaba, las muestras ascendían y eran recogidas por los operarios y analizadas por los científicos. Estos pudieron resolver que, en contra de lo que pensaban, que no existía una transición de granito a rocas ígneas en profundidades de 7 kilómetros. También se hallaron enormes cantidades de hidrógeno y, quizás lo más interesante, descubrieron micro-fósiles a nada más y nada menos que 6,5 kilómetros de profundidad.
El gran enemigo al que tuvieron que hacer frente los ingenieros fue la inesperada alta temperatura. Donde hubieron estimado temperaturas de 100 grados, lo cierto es que las rocas alcanzaban ya los 180 grados y aquello hacía inviable el funcionamiento de la perforadora. Ni tan siquiera la decisión de refrigerar el lodo bentonítico pudo hacer tolerable el trabajo de la broca. Los patrones de temperatura apuntaban al doble de lo esperado, de modo que, a 15 kilómetros se estimó que la temperatura alcanzaría los 300 grados, algo totalmente imposible de afrontar con la tecnología disponible. De esta manera fue cómo en 1994, tras 24 años de trabajos y, habiendo alcanzado los 12.262 metros de profundidad, las labores de perforación cesaron.
El abandono
Con el proyecto cerrado por falta de fondos y, a pesar de haber sobrevivido al derrumbe del Imperio Soviético, las instalaciones del pozo fueron abandonadas. Ver fotos del estado en el que se encuentra en la actualidad son desoladoras: Mesas e instrumental destrozado, e incluso muestras de roca desperdigadas. No parece que la marca batida por los soviéticos, la de los 12.262 metros, la mayor profundidad jamás alcanzada, la de quiénes decidieron abrir un agujero, ‘a ver qué encontramos’, vaya a ser superada en poco tiempo.
Y como curiosidad, existen artículos y páginas web en la que se da pie a la leyenda urbana por la que,
provenientes del pozo, se oían sonidos extraños. Para algunos crédulos de la fantasía eran las almas cautivas del infierno.