El increíble caso de Phineas Gage y la barra de hierro

Desde tiempos prácticamente inmemoriales, como poco desde la antigüedad, el ser humano ha considerado que éste posee dos naturalezas o componentes elementales, el cuerpo y el alma o mente. Los filósofos dualistas, desde Aristóteles y Platón hasta Pascal, pasando por Descartes, venían a decir que el cuerpo y la mente son dos entes claramente diferenciados en los que, la mente ejerce el gobierno y una interacción con el cuerpo.  También que, la muerte del cuerpo como ente material no conlleva la desaparición de la mente, el ente inmaterial. ¿Se entiende? Es algo así como aquellos dibujos animados de la infancia en los que el personaje moría y su alma salía del cuerpo y ascendía. Este concepto filosófico encajaba bien y gustó durante la Edad Media, pues las religiones y en nuestro caso, el cristianismo, coincidía en esta idea del alma como elemento aparte, el elemento único respecto a los animales. ¿A qué viene toda esta parrada? Vayamos al grano y conozcamos a Phineas Gage, el tipo que va a protagonizar el presente artículo; espero así se comprenderá.

Phineas Gage posa orgulloso con su barra de hierro

Phineas Gage era un cretino… no, era un chiste malo, perdón, no es el preludio de esos casos del programa de TV 1.000 maneras de morir, básicamente, porque, y me adelanto, no murió, aunque su caso fue célebre por lo milagroso de poder habido vivir para contarlo.
Phineas Gage fue un tipo normal estadounidense que vivió en la primera mitad del siglo XIX. Trabajaba como obrero en el incipiente ferrocarril. Miles de hombres como Phineas proveían de una ingente mano de obra a la enorme demanda de cubrir de caminos de hierro las enormes distancias de jovencísimo país. Bien, un día de 1848, Phineas se encontraba trabajando en un equipo encargado de volar rocas para abrir paso a la ruta de ferrocarril, en el estado de Vermont. El procedimiento para deshacerse del terreno consistía en realizar un agujero, introducir el material explosivo y arena compactada con una vara grande de hierro de aproximadamente un metro de largo y 3 centímetros de diámetro. Era ésta precisamente la labor de Phineas, pero en esta ocasión, algo falló o algo olvidó, porque al martillear la mezcla del agujero, una chispa hizo que el explosivo detonara, haciendo que la vara saliese despedida y atravesó el cráneo de Phineas… Concretamente, la vara entró por el lado izquierdo de su cara, pasó por detrás del ojo izquierda y salió por la parte superior.

Ilustración de la trayectoria de la barra de hierro, según el doctor que atendió a Phineas

El espeluznante accidente trascendió a la prensa, porque lo increíble es que Phineas no perdió la conciencia, es más, fue trasladado al médico pudiendo hablar y lo que es aún más increíble, el hecho de que, con la medicina de la época lograse sobrevivir y llevar una vida normal… ¿O no?

El Cráneo de Phineas y la barra que lo atravesó,  fotografiado años después de su muerte por el mismo doctor que le atendió

Phineas se recuperó de sus terribles heridas y pudo contar su experiencia, pero algo había cambiado para siempre en él; su temperamento, su carácter, habían cambiado radicalmente. Phineas ya no era el Phineas de antes del accidente, se había vuelto inconstante, mal hablado, irascible y, a diferencia de su personalidad anterior, completamente inestable, tanto que acabó perdiendo su empleo en las obras del ferrocarril por las continuas refriegas con sus compañeros.

Phineas siempre estuvo orgulloso de su experiencia, hasta el punto de que llegó a posar con su vara de hierro, es más, pudo ganarse la vida un tiempo en el circo como parte de aquellos freak shows, tan de moda en el siglo XIX. Finalmente, las secuelas fueron haciendo mella en su salud; los continuos ataques epilépticos se fueron haciendo frecuentes y acabó falleciendo a los 38 años de edad.

La aportación del caso de Phineas Gage a la Medicina, concretamente a la neurología, fue enorme, porque, por primera vez se puedo establecer una clara relación del cerebro físico con el comportamiento, en este caso del lóbulo prefrontal, la región del cerebro encargada del lenguaje, de las emociones y de la resolución de problemas. Había quedado claro que la lesión cerebral de Phineas había dañado su cerebro y por tanto alterado dichas competencias.

Así, retomando el breve tostón del principio, el accidente de Guineas Gage contravino la idea de que cuerpo y alma fuesen entidades diferentes; el daño del cerebro es un daño de la mente y mucho me temo que su muerte es también la del alma, a no ser que ésta última disponga de hospedajes y conductas ajenas a nuestras entendederas.

Si este caso es de interés, recomiendo encarecidamente cualquier libro del célebre neurólogo y divulgador Oliver Sacks, sobre todo El hombre que confundio a su mujer con un sombrero.

 

 

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